Economía Circular. ¿Cómo aplicarla a la producción de bebidas?

Habrás oído eso de que solo tenemos un planeta. Quizá, ahora mismo, esa sea una frase excesivamente optimista. A estas alturas es posible que ya sólo nos quede medio. La ferocidad con que el ser humano consume recursos está agotando las posibilidades de supervivencia de nuestra civilización. Contra un sistema de producción descrito como lineal (en el que la materia prima entra en la cadena en el punto A y sale de la cadena en el punto B para no regresar), se ha propuesto la llamada economía circular. 

Ésta propugna que la mayor parte de lo que se consume puede y debe regresar a la cadena de producción. Es fácil comprender este concepto cuando hablamos, por ejemplo, de un dispositivo electrónico cuyas piezas se reciclan para construir otros nuevos. Pero, ¿cómo aplicar la economía circular al caso de la alimentación y bebidas?




Economía circular vs. Economía lineal

Comencemos por un ejemplo muy esquematizado. Imagina que necesitas una botella. Una compañía consigue arena con silicio de una mina. Otra la funde, utilizando carbón, para obtener vidrio. Otra moldea el vidrio, utilizando también energía, hasta darle la forma de recipiente. Otra, usando petróleo, la lleva a la tienda donde se vende. Tú usas la botella el tiempo que creas necesario. Se te rompe el tapón, pero como la botella solo cuesta 1 euro, decides que no vale la pena repararla. Cuando consideras que ha cumplido su función, la tiras. El objeto acaba en un vertedero. Al poco tiempo encuentras que necesitas otra botella de cristal, y todo vuelve a comenzar. 

Este esquema responde al modelo de economía lineal. En el punto A entran los recursos a la cadena (silicio, carbón, electricidad, petróleo). Por el punto B (el vertedero), los recursos salen. Ninguno permanece dentro del sistema. Esto supone un desgaste acelerado del planeta, además de multiplicar los efectos de la degradación y contaminación. 

La vida de los productos en la economía circular

La vida de los productos en la economía circular

Como contraposición a este modelo, existe la llamada economía circular, que busca impedir que los recursos escapen de los flujos económicos. Según este modelo, yo compraría mi botella de segunda mano. Me gastaría unos céntimos en adquirir un corcho para sustituir el tapón roto, porque es más barato y sostenible que comprar una botella nueva. Cuando ya no se me ocurriera en qué emplear la botella, la cedería o vendería. Y, cuando quedase inútil por cualquier motivo, la depositaría en el contenedor de vidrio para su reciclaje, de forma que le dieran una segunda vida a su material. Por supuesto, la energía empleada en cada paso del proceso sería, en la medida de lo posible, renovable y limpia. Por tanto, los recursos van incorporándose al círculo económico en diferentes fases, pero no lo abandonan.

 


¿Se puede aplicar la economía circular a la industria de la alimentación y las bebidas?

La economía circular se basa en varios principios que se tienen en cuenta incluso desde el diseño de los artículos. Uno de ellos es que los productos  deben ser fácilmente “desacoplables”, para que sus componentes se reutilicen. También se fomenta la venta de segunda mano, el alquiler o el sharing. 

Todo esto es fácil de comprender. Pero ¿qué pasa cuando dejamos de hablar de botellas y nos centramos en el contenido de las botellas? Porque una bebida no se puede desacoplar, ni vender de segunda mano. 

Sin embargo, a lo largo del proceso de producción y consumo de alimentos y bebidas encontramos muchas oportunidades de poner en marcha el concepto de economía circular. Desde recolectar sus materias primas de una forma que no esquilme el campo, hasta llevar a cabo estrategias que eviten uno de los grandes males de occidente: el desperdicio alimentario.




¿Cómo hacerlo?

Para cumplir con lo que propone el concepto de economía circular en la industria alimentaria, se recomiendan prácticas que las marcas de JÍCARA DRINKS conocen bien. Casi todas tienen que ver con una producción responsable, contraria a la agricultura intensiva, que respeta los acuíferos y evita el uso de contaminantes. De esta forma, la tierra puede seguir dentro del flujo económico sin salir de él. 

Podemos poner como ejemplo el caso de Mezcal Amarás, que responde a prácticas artesanales e incluso ancestrales. Amarás se produce con agaves autóctonos, sembrados de forma orgánica empleando fertilizantes naturales (bokashi), que surgen como residuo del proceso, “para devolver a la tierra lo que nos da”; y replanta nuevos agaves después de cada cosecha.  

Visto esto, es evidente que lo que se aplica al cultivo del agave puede no servir para otras áreas; cada producto requiere sus propias ideas, y de ahí la multiplicidad de buenas prácticas que pueden adscribirse a lo que entendemos por economía circular en el sector de la alimentación y bebidas. Por ejemplo: 

  • Utilizar recursos energéticos de bajo impacto ecológico. 

  • Reutilizar agua, sin explotar ni contaminar las reservas.

  • Reducir la huella de carbono en el transporte. 

  • Diseñar el producto para ser distribuido en pequeños lotes, de forma que responda a necesidades muy personalizadas, evitando el desperdicio. 

  • Evitar la merma de producto durante su elaboración. 

  • Practicar el upcycling como método que mantiene el valor como materia prima de los residuos reciclados. 

  • Ajustar la producción al nivel real de la demanda de los clientes. 

  • Fomentar los sistemas de devolución o retorno.

  • Emplear contenedores y embalajes que optimicen el material y el espacio en el transporte, reutilizables o reciclables.  


El motivo de la proliferación de estas prácticas es claro: la economía circular supone ventajas. No solo para el planeta y para el consumidor: también para las empresas. Mantener los recursos dentro del flujo económico abarata el coste de la producción.




 

A lo largo del proceso de producción y consumo de alimentos y bebidas encontramos muchas oportunidades de poner en marcha el concepto de economía circular. Desde recolectar sus materias primas de una forma que no esquilme el campo, hasta llevar a cabo estrategias que eviten uno de los grandes males de occidente: el desperdicio alimentario.